lunes, 27 de enero de 2014

CLUB DE LECTURA: CUÉNTAME UN CUENTO

Lo prometido es deuda y aquí va la tercera entrega de la serie de cuentos que nos regala Pepa.


La semana pasada, al hilo de las publicaciones de estos relatos cortos, un buen amigo me recordó los inicios de insignes escritores quienes publicaban sus novelas por entregas en los periódicos de la época. Este modo de divulgación servía a los autores para pulsar el sentir de la audiencia y modificar o variar el rumbo de las tramas o los caracteres de sus personajes. No pretendo, ni por asomo, que nuestra generosa autora modifique sus temáticas o formas, más bien al contrario, la animo a que continúe con su labor divulgadora de lo que es una realidad: su pasión pasión por compartir lo que tiene y lo que sabe. Gracias Pepa!!






EL DESVAN
Mª José López de Haro Requena



Adela  subió al desván de la vieja casa del pueblo, quería  verlo por ultima vez  la derribarían en unos pocos días, iban a  construir una nueva, esta estaba en tal estado que no se salvaban ni los cimientos, se encontraba auténticamente en ruinas, las paredes agrietadas, en algunas partes no había ya tejado y el que quedaba amenazaba con caerse en cualquier momento, si se descuidaba mucho podía caerle una viga encima.

Recorrió con su vista toda la habitación y se detuvo en la vieja arca donde la abuela guardaba sus recuerdos y sus secretos, cogió una desvencijada silla y se sentó dispuesta a curiosear, como cuando era niña, e incluso a llevarse algo.

Lo primero que saco fue un pequeño paquete de cartas, las que sus abuelos se escribieron de novios, no había muchas ya que solo fueron novios ocho meses y la mayoría del ese tiempo vivían en la misma población.

Cuando de pequeña jugando y curioseando con sus primos encontraron esas cartas en el armario de la abuela y no dudaron en leerlas ¡como se habían reído del lenguaje que empleaban!, una frase les había llamado poderosamente la atención; el abuelo le pedía permiso a la abuela para “pasearle la calle” no sabían que quería decir pero tampoco se atrevían a preguntar por miedo a delatarse. Después de muchos años se entero que con eso le pedía permiso para hablar por la reja.

¡ Y la manera tan sutil que tuvieron de insinuarse! el abuelo le escribió “paseando por el campo tropecé con una mata de calabazas,¿ serán funestos presagios?” y la abuela le contesta “achaque usted las calabazas a la casualidad” y en este estilo se escribían todas las cartas.

Saco una caja llena de fotos, en algunas estaba ella y sus primos jugando en la balsa de huerta o vestidos de indios llenos de plumas por todas partes encontró una de la abuela con sus hijas, solo las chicas, esa foto siempre la había gustado, el fotógrafo había sabido captar no solo la belleza de su abuela sino su dulzura, cosa que había presidido cualquier acto de su vida; ¡ cuánto la echaba de menos! al fin y al cabo la había cuidado toda su niñez. Cuando le corregía algo que había hecho mal lo hacia con tanta dulzura que no parecía que estuviera regañándola, siempre le decía: “ Adela, no te olvides que yo soy tardía pero cierta” y la verdad que a fuerza de ser tardía no llego nunca a ser cierta.

Busco la manta de viaje y el billete de tren de la primera vez que ella llegó al cortijo, recordaba todavía ese día, un viaje espantoso de 48 horas en  tren, la separación de sus padres, todo por culpa de esa maldita enfermedad que hizo que su madre tuviera que estar con el todo el día y no le quedara tiempo para sus hijos.

En la estación la estaban esperando sus tíos , llevaban un burro para cargar con las maletas y ella quiso subirse, fue su primer viaje en burro estaba ilusionada pero pronto se le paso el entusiasmo pues empezó a dolerle todo el cuerpo.

Se encontró también un pañuelo de encaje de bolillos que estaba sin terminar, cuanto empeño puso la abuela en que aprendiera a hacer este encaje y cuantas veces se escaqueaba ella al primer descuido, se iba a jugar con sus primos, eso de ser la única niña en un mundo de niños era un poco difícil de llevar ya que lo que le apetecía  era jugar a lo mismo que jugaban los chicos y la abuela quería enseñarle a ser una “señorita”  pero ella prefería ser un vaquero, un indio o jugar al fútbol y con ese tira y afloja transcurrió su infancia.

El baúl estaba lleno de cosas y el registro se prolongaba demasiado, creo que lo mejor es que me lleve el arca a casa, pensó Adela, y allí seguir curioseando con tranquilidad y sin miedo a que se derrumbe el techo y me aplaste,  sin pensarlo más llamo a su marido para que le ayudara a bajarla y partieron hacia la ciudad dejando atrás el viejo caserón.

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